jueves, 7 de mayo de 2009

Cómo comprendo el Yoga



Una entrevista con Swami Shivapremananda, por Adriana Ferrari, publicada en la revista Yoga Integral, N°2, 1989, Buenos Aires


Adriana Ferrari:

En 26 años que usted viene regularmente a la Argentina, ¿ha notado un cambio en la actitud hacia el yoga?


Swami Shivapremananda:

Por lo menos en el Centro que dirijo, hay una mayor madurez en la comprensión de los valores espirituales que el Yoga representa. Cuando yo vine por primera vez a Buenos Aires había mucha fantasía sobre Yoga, sobre mitos que no se pueden probar. A la gente le gustaba más las cosas irreales que enfrentarse con la realidad de la verdad, verdad como aspiración espiritual. No tenían un concepto de verdad como realización de los ideales espiritua­les. La primera calificación de la verdad es verifica­ción.


A.F.:

¿Para usted, Swami, qué es Yoga?


S.S.:

En Occidente se tiene la creencia de que Yoga es principalmente Hatha Yoga, y no lo es; Hatha Yoga es el Yoga de ejercicios físicos y respiratorios.

La base del Yoga es la filosofía Vedanta. Yoga ha sido principalmente una aspiración para buscar la identidad espiritual a través de la meditación. El Yoga se desarrolló en la India, donde se dice que se hallaron antiguas esculturas anteriores a la llegada de los arios (1.800 a.C.), representando figuras con las piernas cruzadas. Entre los indios de América Latina y en Egipto también se encuentra esa postura de piernas cruzadas, pero eso no significa que haya sido Yoga. En tiempos de Buddha se practicaba Hatha Yoga, el cual no se hacía para lograr sólo una mente sana y buena salud, sino para conseguir experiencias psíquicas.

Desde hace unos 2.300 años, Yoga empezó a ser practicado realmente para lograr buena salud, purificar la mente, y armonizar las corrientes del sistema nervioso, como un medio de meditación, para mantener la mente clara y sana.

El más alto valor del Yoga está en la integración de los dos aspectos de nuestra naturaleza, humano y espiritual. La meta es combinar distintos aspectos del Yoga. Necesitamos una comprensión más profunda y clara, sin fantasías, a través de la verificación de la realidad junto con una aspiración espiritual: esto es Gnana Yoga. Luego, también necesitamos devo­ción, puesto que sin amor no se puede tener inspiración y sublimación de las pasiones bajas, para poder profundizar nuestros sentimientos, esto sería Bhakti Yoga.

Además, necesitamos disciplina mental a través del Raja Yoga, es decir, reemplazar nuestros instintos burdos por metas e ideales nobles, y por la práctica de meditación.

El cuarto aspecto, que es Karma Yoga, sería traducir nuestra experiencia espiritual en el servicio altruista, ya que la obra determinará la verdad de la fe.


A.F.:

En el Bhagavad Gita leemos: "Es yogui no quien permanece inactivo, sino el que ejecuta las obras sin preocuparse por sus frutos". ¿Sería ésta una explicación de qué es un yogui?

S.S.:

Ese sería un aspecto del Karma Yoga, es decir, el Yoga del servicio, pero primero hay que explicar qué se entiende por "frutos", los cuales en el Bhagavad Gita se tradu­cen por el resultado de la acción inspirada en el egoísmo. Lógicamente siempre debemos esperar un buen resultado cuando hacemos algo, si no, no mejoraríamos nuestro nivel de eficiencia, pero debemos hacerlo sin tener un cálculo egoísta de ganancia particular. Por supuesto que hay que defender nuestra forma de seguridad material en la vida, pero debería hacerse siempre el trabajo por amor a un ideal, ya que creyendo en un ideal se lo hará cada vez mejor. Por lo tanto, un yogui es quien ama ideales espirituales que sólo tienen valor cuando se concretan en la acción. Cualquier yogui, cualquier religioso, o cualquier persona que crea en una religión debe tener ideales espirituales, si no, no tiene valor su religión, es sólo emocionalismo. Cuando se ama realmente a Dios, la verdad de ese amor se traduce en amor al prójimo, es cómo se comporta, cómo vive con su familia, en la sociedad, tratando de ayudar a mejorar el nivel de los que le rodean.


A.F.:

Sus enseñanzas han sido siempre a favor de una mejor integración del hombre en el mundo, ¿pero puede mantenerse la calma interior cuando se está inmerso en el torbellino y en la aceleración de la gran ciudad?


S.S.:

Por la práctica se puede encontrar una serenidad interna. Cuando se tienen aspiraciones espirituales, habiendo comprendido los valores elevados de nuestra vida, la práctica significa poder aplicarlos en distintas circunstancias, formando nuestra actitud más sana y fuerte hacia los desafíos que se presentan. Por ejemplo: con la restricción de nuestras expectativas, excesivas, apegos que sofocan nuestras relaciones con los demás por la posesividad, deseos exagerados y también educando y sublimando nuestro egoísmo, vanidad y prepo­tencia.

Al fin, vivimos para tener un sentido de vivir, ya que vivir es la manera en que formamos nuestros valores, cómo los realizamos, expresamos y experi­mentamos en nuestra vida cotidiana. Vivir es realizar al máximo nuestro ser. Vivimos en una familia para sentir una satisfacción espiritual con sus integrantes, tenemos amigos no porque sola­mente nos sirven para entretenernos, sino que debemos satisfacer nuestro corazón compartiendo valores espirituales con ellos.

Cuando se ha logrado la experiencia de la serenidad interna y se puede mantener un equili­brio, se puede vivir en cualquier ciudad. No es cierto que al estar en el campo uno esté tranquilo.

En el Bhagavad Gita se dice que una persona sentada haciendo meditación puede tener su mente divagando y estar con gran agitación interna, ya que está inmersa en actividad mental. En cambio, otra persona, cuya mente puede estar calma aún en medio de la acción, tiene serenidad interna. Senta­do uno puede estar muy inquieto y trabajando puede estar muy tranquilo. No será perturbado si tiene fortaleza interna.


A.F.:

Usted enseña que se debe sublimar el ego, a no disolverlo. ¿Qué significa sublimar?


S.S.:

Para sublimar debemos primero restringir. Cuando nuestro ego quiere poner su peso sobre otros egos se necesita restricción, lo cual no quiere decir represión, sino que debemos respetar el derecho de pensar de otras personas. Nos podemos comunicar bien con otra persona solamente si respetamos su opinión. No es correcto querer imponer nuestro ego. Debemos educarlo practican­do la modestia, sabiendo que tenemos mucho por aprender. Es un proceso que se va dando a medida que aprendemos que hay valores superiores al del beneficio personal.

Sublimación del ego sería, entonces, superar nuestro ego burdo, nuestro egoísmo. Claro está, que estamos obligados a tomar decisiones en la vida. La elección es inevitable y sin ego no podemos hacerlo, nos convertimos en dependientes de otra persona. Es mejor que uno sufra por su propia elección que por la elección equivocada de otra persona.


A.F.:

¿Necesitamos la guía de un maestro o gurú?


S.S.:

Todos necesitamos de maestros para apren­der sobre varios temas de nuestra vida, pero yo no creo que un maestro espiritual deba convertirse en el dueño del destino de un discípulo. Nadie debe entregar a otro la responsabilidad personal de elegir su propio camino y caminar.

El gurú puede mostrar el camino, puede expli­car, puede ayudar en el proceso del entendimiento de las enseñanzas espirituales, pero yo no creo que debamos entregar nuestra voluntad a otro ser humano. Podemos aprender, podemos respetar a quien merece respeto, podemos tener devoción hacia almas nobles, ya que siempre necesitamos inspiración en nuestra vida y, si encontramos un maestro, si podemos vincularnos con él, debemos aprovecharlo para aprender y tener su inspiración.

Pero un maestro no debe ser solamente sabio, debe tener cualidades espirituales en su vida perso­nal, y sus obras deben merecer respeto debido a su rectitud. Deberíamos encontrar estas cualidades en un maestro: integridad, altruismo, amor puro, sublimación de las pasiones bajas y humildad.

Su sabiduría debe estar basada no en misticismo, sino en un examen riguroso de la búsqueda de la verdad.


A.F.:

¿Cómo se lograría mantener el mayor tiempo posible la felicidad?


S.S.:

Nadie puede mantener esa profundidad mucho tiempo. Son instantes, porque la mente tiene que volver a la dualidad para tomar decisio­nes, pero no por eso se debe perder la paz interna. Cuando actuamos, cuando vivimos, cuando hace­mos un trabajo, se puede sentir una satisfacción, pero eso no es felicidad. Cuando nos involucramos en la sensación de posesión, en la sensación del cuerpo, del éxito, del poder, no sentimos felicidad sino placer. La felicidad es una plenitud espiritual. Ella se logra en una meditación profunda, en una unión con nuestro ser espiritual, o sea, con la presencia de Dios en nuestro interior.


A.F.:

Entonces, ¿sólo la lograrían los grandes hombres?


S.S.:

No. No es así, porque muchos grandes hombres, maestros, santos, tenían la experiencia de felicidad profunda sólo por momentos. Si leemos sus vidas vemos que estaban muy apenados por el sufrimiento espiritual y físico de los seres huma­nos. Cuando uno vive rodeado de tantas personas infelices, no es moral que uno quiera estar siempre feliz, ya que debemos compartir los sufrimientos de nuestros vecinos en la tierra. Si no sentimos el sufrimiento de los otros no los podemos ayudar, no conocemos la compasión.


A.F.:

¿Puede ser también que cuanto más santos eran más claramente veían sus errores y se juzga­ban?


S.S.:

Sí, más se juzgaban a sí mismos, y al encontrar sus deficiencias, más sufrían por ellas. No es correcto que un maestro esté siempre feliz. Cualquier experiencia profunda, si se mantiene prolongadamente, pierde su profundidad.

Es un mito del Yoga, el cual podemos encontrar en varios libros, de que hay que estar siempre feliz.


A.F.:

¿Qué es tener paz espiritual?


S.S.:

La verdadera paz espiritual es una nobleza del espíritu, y cuando se logra esa serenidad interna, se es una persona productiva, se es capaz de concretar los ideales en el trabajo, en la relación con los demás, se piensa en cómo ser útil y en cómo compartir esos mismos ideales con todos. Esta es la meta real de la paz espiritual. Pero cuando algunos la buscan en grupos de meditación, como también en muchos conventos, se aíslan, no se quieren involucrar en responsabilidades; esto es escapismo.

Yo, personalmente, conozco monjes que no han hecho jamás un daño a nadie, siempre mantienen la paz, pero tampoco han hecho nada por otros, y para vivir debemos estar en contacto con otros. Nadie puede vivir solo.


A.F.:

Entonces, ¿no es su meta el samadhi (conciencia trascendental)?


S.S.:

Samadhi llega automáticamente cuando se logra un estado de purificación, aun cuando uno esté sirviendo puede experimentarlo. Samadhi es un estado de meditación muy profundo, pero no se puede mantener continuamente.


A.F.:

¿Podría usted explicarnos qué es medita­ción?


S.S.:

La meditación es un proceso de búsqueda de la serenidad interna, pero su valor real es el de hacer sentir la identidad del yo con su fuente espiritual, es decir, llegar a amar una presencia sagrada en el corazón.

Meditación no es meramente relajar la mente en un proceso autohipnótico repitiendo un mantra, unas letras, una palabra sagrada o un grupo de palabras sagradas.

La mente es un campo de energía y cuando existen varias pulsaciones de energía dispersa en distintas direcciones, se produce un conflicto en la mente y ésta pierde energía. Cuando capturamos estas pulsaciones a través de la repetición continua de un mantra, la energía se mueve en círculo y al hacerlo prolongadamente, en este patrón de ener­gía, se produce un equilibrio que sería un pequeño grado de autohipnosis. La mente siente así calma y serenidad y descarga tensiones.

Pero esto no es suficiente. Repetir un mantra es un aspecto de la meditación. Lo más importante es amar una presencia sagrada en el corazón, sentir el cuerpo como un templo, la mente como un altar, y sobre este altar sentir la esencia espiritual de nuestro ser. Junto con ello sentimos claridad mental, más fortaleza interna, ya que nos sentimos acompañados y todo esto nos permite ser más comprensivos.

Existen varias técnicas en meditación, algunas de las cuales serían: concentrándose en el aliento, repetir "paz y liberación", sincronizándolo con la inspiración y la expiración sintiendo la frescura en los nervios dentro de la cabeza y la tibieza dentro del pecho o las fosas nasales, respectivamente.

También se puede repetir un solo mantra para acostumbrar la mente a su estructura sonora, a fin de grabar sus surcos en el subconsciente, como otro medio de concentración.

Podemos hacer un ejercicio de autosugerencia para sembrar en nosotros ideales espirituales, repi­tiendo, luego de elegir las siguientes afirmaciones, de acuerdo a la preferencia y necesidad individual y memorizarlas.

Al inhalar, sintiendo la respiración, se repite mentalmente de manera lenta y con una profunda convicción: "paz es mi naturaleza real" y al exhalar: "no el conflicto". Se repite la frase tres o cuatro veces, luego se trata de absorber el significado en silencio. Se continúa con "amor es mi naturaleza real", "no el egoísmo"; "la verdad es mi naturaleza real", "No la falsedad"; "felicidad es mi naturaleza real", "no la infelicidad"; "fortaleza es mi naturaleza real", "no la debilidad"; "libertad es mi naturaleza real", "no la atadura".

Yo desearía que la gente sepa que la meditación es mucho más que repetir un mantra, ya que por sobre todo debe existir una cultivación de los ideales espirituales, una autosugerencia sobre las cualidades para la formación del carácter y un llegar a sentir al yo unido con su fuente espiritual, que es Dios.


A.F.:

En uno de sus libros usted dice que no puede conocerse a Dios por medio de la mente y que sólo emergiendo en él se lo realiza. ¿Puede aclararnos esto?


S.S.:

Dios es el espíritu trascendental, trascen­dental en el sentido de que está más allá de la materia y al mismo tiempo dentro de ella. Este espíritu lo sentimos más por nuestra emoción purificada que por la lógica del intelecto. Dios es la fuente del espíritu con el que nos vinculamos por la devoción, que es una emoción sagrada; elevamos nuestro corazón y sentimos la presencia de Dios. Después de lograr el acercamiento a nuestro espíri­tu, sentimos paz y serenidad. Pero tenemos que concretar los ideales espirituales que representan a Dios; en todas las religiones encontramos el ideal de Dios expresado por valores espirituales. Para comprender eso necesitamos del intelecto y necesi­tamos de nuestro discernimiento para una acción correcta.

[Cortesía: Yoga Integral, No 2, 1989]