viernes, 25 de marzo de 2011

Observándonos a nosotros mismos

Cuando el ser humano comienza el camino de búsqueda interior, se convierte en un observador de sí mismo y de todo aquello que pueda darle sentido a su vida.
 
Los occidentales somos diferentes a los orientales debido a que nuestra mente está estructurada de manera distinta. Para el oriental, es completamente natural la búsqueda de Dios, Brahma, El Ser, ya que lo espiritual es el sustento de su existir. Nosotros somos poseedores de una mente atiborrada de conocimientos, llenos de hábitos, incapaces de ser espontáneos y libres, sin conocer un instante de silencio.

El primer paso hacia la calma comienza por aprender a detener los movimientos del pensamiento y, como consecuencia, conocer lo que es la meditación, con una mente firme y tranquila, conocer el estado de vacío interior pleno de luz, yendo así hacia un cambio interno. Dentro de la línea del cambio interior, Oriente nos presenta unas técnicas y modos de interiorización muy inteligentes y sutiles. Tanto las leyes del funcionamiento humano como el filosófico forman un conjunto llamado yoga, existiendo muchos modos de enfocarlo, según dónde pongamos el acento.

Hoy en día el yoga está de moda, aunque muchos lo entienden mal al imaginarlo como un malabarismo corporal, que permite a la persona hacerse un nudo con sus piernas y brazos. Al margen de todo esto, yoga significa unión con el ser, unión con la realidad. Quien llega a la realidad se realiza, y así el yoga representa un camino de realización, en el que el ser humano se abre en todas direcciones, hacia dentro y hacia fuera.
 
El trabajo central de realización personal es la meditación, enmarcada dentro de las técnicas de yoga. Sólo en la propia mente y en la propia profundización se encuentra la respuesta a todo. Dentro de los varios enfoques que vemos en el yoga, está la antigua tradición del yoga de Cachemira, donde las asanas tienen relación con la idea de dar, de entregarse, abrirse; es una especie de vaciado, de preparación de la vasija o recipiente que somos, para poder recibir. Hay que vaciar la taza (cuerpo) y eso ocurre con la ofrenda de sí mismo a la luz del discernimiento. Dejaremos que el asana, la postura, sea una postura abierta. Quiere esto decir que nos abriremos a unos niveles de percepción, donde es posible percibir sutiles expresiones de la conciencia: unos en forma de vibración, otros en forma de una particular y sutil respiración, sensaciones de expansión, de luz. 

Así pues, antes de dejarnos penetrar por la postura clásica, pasaremos por la
preparación de medias posturas, de modo que entraremos con la sensibilidad en las articulaciones, donde se alojan las defensas y los nudos llevándolos a un vaciado, y por consiguiente, a una transparencia. Es importante evocar el espacio vacío en nuestro cuerpo totalmente expandido, fundiéndonos con el espacio conciencia. Entonces ocurre que, de una manera natural, el asana entra en el cuerpo sutil y el cuerpo vibrante entra en el asana, son dos movimientos simultáneos. Requiere una gran fineza y delicada sensibilidad, al tiempo que un total abandono de todo gesto de voluntad.

Cuando la postura sutil es mantenida aparece una vibración, y toda la masa corporal se sumerge en el arquetipo, convirtiéndose en una ofrenda.

Carmen Idígoras
"La búsqueda de la Nada. El Yoga de Cachemira"